Una vez más llega el día, la sinrutina, una pequeña privación de la ironía, del sarcasmo y del dolor de la noche y la monotonía.
De
día me siento un poco perdida porque tanta luz me encandila, olvido mis
fantasías, navego entre risas y conversaciones frías.
Puedo
pensar que no he perdido nada, que el mundo es perfecto, que a mi alrededor
flota esperanza. Entonces veo que es el día el que engaña, el que disfraza y
brinda visiones equivocadas de las ganancias.
El
día es grandioso para tomar energías pero es la noche la que nutre mis
analogías, es la oscuridad la que me permite desenvolverme con propiedad entre
el asfalto, las sombras y las líneas de mi soledad.
De
día busco un motivo, de noche no hay necesidad de forzar la realidad.
Me
tomaré un café, ahora ya sin empatías, sin sonrisas ni intentos de conquista,
únicamente para tratar de ahogar los fantasmas que buscan refugio en las horas
rotas que sea acompañan de alcohol.
Me
sentaré a volar, a observar como las horas se pasan, como mis minutos y mis
palabras se desgatan, como el sol se va desvaneciendo para darle paso a la
nostalgia y a la lucha diaria que no se cansa de particularizar las venganzas y
generalizar las desconfianzas.
Encenderé
una vela para matizar la luz, escribiré unas líneas para plasmar mi inquietud, cantaré
un blues, cerraré mis ojos esperando en la noche hallar la paz y el veneno, mi completud.
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