Un gran
sinsentido, un montón de nudos, un resto de inmundos recuerdos y un gran dolor
por el futuro. Se me está perdiendo lo poco que me quedaba de amor propio, se
me están diluyendo los instantes presentes y futuros entre la desilusión de las
apuestas.
Indago por el
pasado, por el presente y por el utópico y vacío futuro. No hay respuestas, aún
menos preguntas o cuestionamientos concretos e ilusorios. Planeo nubes
inexistentes y llamas inaflorables, me deshago, me desamparo, me desacierto, me
desidolatro.
Ruego al cielo
en el que nunca he creído, imploro al infierno del que jamás he salido. Me reto
y me esfuerzo, la caída se hace lenta e imprescindible, un tanto tonta y otro
poco justificada. El infierno se manifiesta como siempre lo suficientemente
sexy para huirle.
Llorar, cantar,
escribir o persistir se complican con las intenciones de existir y con las
construcciones del morir. Entrar o salir se confunden en las puertas de los
caminos recorridos y los espacios no siempre asumidos.
Me invade el espacio, el tiempo y la sensación de placer y dolor que generalmente se me confunden, me hipnotiza la belleza del infierno y la perfección del cielo, me atrae la tierra, la imperfección de la complejidad y las faltas tan frecuentemente recurrentes.
Me hallo entre la
pérdida, me pierdo entre lo que considero hallazgos. Me diluyo en vientos, en
aguas, en elementos normalmente inimaginables, me reconstruyo en los laberintos
construidos por el destino y me concreto en los inhumanos deseos de la soledad
y el caos.
Silencios,
ruidos, contrariedades, desigualdades y un poco trascendentalidades… nacer,
vivir, morir… un sinnúmero de adversidades.