Te dejo ir, te suelto, te
libero. Me libero. Nunca fuiste lo que quise, nunca fuiste nada más allá que
una compañía mediática y un apego. No eres genial, nunca lo fuiste; sin
sentimientos, sin empatía. No fuiste nada más que un alguien sin ser mi algo.
Te exigí más de lo que eras, nunca entendí. Eso que yo quería no eras, no fuiste.
Me equivoqué y me intenté atar aún así a ti, a cualquier costo. Me apegué “con
toda” sin razón coherente, como por necesidad, como por hambre, un hambre nunca
satisfecha. ¿Te perdono?, nunca fuiste para mí, nunca. Fue un buen sueño en un
principio, muy corto, pero nunca fue real. Dos almas en búsqueda de algo
errado. Que se escuchen mis súplicas y se rompa el pacto, quiero vivir. Sólo
quiero que mi columna esté bien, sólo eso. Ya no quiero sufrir más.
Me equivoqué, me equivoqué con
toda, me equivoqué del todo. ¿Cómo perdonarme a mí misma semejante error? ¿Cómo
no recriminarme? ¿Cómo continuar sin preguntarme: “¿Qué diablos ví dónde no
había nada para ver? ¿Qué me pasó?” Aposté todo a la nada, me destrocé, me
deshice por lo que sólo fue espuma. ¿Cómo no pude vislumbrarlo? ¿Cómo pude permanecer ahí? Y… ¿Cómo pude extrañarlo?
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