Sabíamos volar
Un día supe volar, supe saltar, supe cantar, y
entonces fui realmente feliz. Tal vez sea suficiente para decir que viví, y
viví bien. Esos momentos quise prolongarlos para siempre y por bastante tiempo
funcionó. Fue perfecto. Pero evidentemente “nunca es para siempre” y un día debí
renunciar a todo lo que había construido con sincera vehemencia. Nada pude
hacer para revertirlo, ya no estaba en mis manos. Lo caótico se exacerbó en mi
alma y en mi cuerpo. La incertidumbre y los errores se esparcieron como virus,
pero esta vez sin ningún cariño verdadero. Y en medio de mi desorientada caminata
me alcanzó un vestigio del pasado que me dio esperanzas. Entonces todo se pintó
de colores, colores cielo y colores sangre. Tampoco funcionó y nuevamente el
tren accidentado partió solo conmigo. Ahora me estoy perdiendo lentamente a mí
misma, tratando de alejarme de todo y de todos. Entre sollozos por el pasado,
esfuerzos por el presente y apuestas por el futuro, todo va de mal en peor.
Tengo que parar de huir antes de estrellarme, falta muy poco. Eso ya lo había
superado, ya no lo soportarían más mis huesos. Estoy armada en pedacitos y me
estoy desbaratando. Unos ojos grandes y bonitos despertaron mi demencia ya dominada,
y hoy privada de ellos floto directamente sobre el abismo.
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