A Alejandra Pizarnik
Recuerdo una
noche en especial en la que mientras me revolcaba entre mis sábanas y mis
lágrimas, pedía prácticamente a gritos que alguien me llevara, que me dejaran
morir; para esa noche ya había descubierto que no iba a ser capaz o que no
quería suicidarme, no sé. Nadie me escuchó, esa noche nadie me llevó, esa noche
fue eterna, tan eterna como muchas otras, de antes y después, las que pasaron,
las que vinieron, las que aún pasan, las que no sé cuándo acabarán.
Anoche soñé
mucho, de todo un poco, nada demasiado grave, tampoco demasiado feliz, un
montón de sucesos para entretener mi psique dormida, ninguna señal, ninguna
esperanza. Me desperté y quise seguir durmiendo, pero me di cuenta que era
inútil, no es el día para visiones sobrenaturales, he estado demasiado
materializada, tengo que transmutarme como antes.
No pensé
encontrar a Alejandra, a alguien con un dolor tan permanente y tan profundo, me
duele su dolor, me duele casi tanto como el mío, pero yo soy más fuerte, yo ya
no me quiero morir, y creo que nunca he querido enloquecerme, de echo le tengo
demasiado miedo a eso último, prefiero morir mil veces a enloquecer… más, me da
miedo llegar al punto de no poder relacionarme con los demás, me alegra que mi
locura aún no se me haya salido de las manos… creo, así quiero que sea siempre,
hasta que me muera, hasta que alguien me mate.
Alimentar mi
cerebro con un poco de lectura y escritura me da un poco de paz, hace que me
olvide de que nadie me necesita, de que soy tan invisible para el mundo como
Alejandra, siento como si nos acompañáramos, como si su dolor fuera un consuelo
para el mío… estoy ignorando el mío por leer el suyo y así me siento bien, al
menos estoy tranquila y asumo medianamente que mi teléfono no suena, que estoy
tan sola como siempre he estado, y que no soy la única, que hay alguien que
sufrió por lo mismo, a tal punto que se suicidó. Pero yo no me quiero suicidar,
yo no quiero terminar como ella, ni como ella ni como Juan Antonio, no quiero
terminar como Juan Antonio.
Aún espero como
ella que la magia me visite, que el mundo más allá de este se manifieste de
alguna manera, que me entretenga y me haga volar, que venga Juan Antonio, o que
Gabriel o Francesca sean reales… aunque el día que eso pase es porque
enloquecí. A veces tampoco sé lo que quiero, salir corriendo para tratar de
olvidar o de ignorar que todo el mundo me dejó sola, que nadie se interesa en
mí, que jamás nadie volverá a amarme, nadie me amará como Fernando, que nadie
me verá hermosa recién levantada y sin maquillaje, que nadie me verá perfecta
como él me veía, aunque quisiera matarme… debí haber dejado que lo hiciera,
habría sido el asesino perfecto, el que espero ahora.
Los recuerdos
me estallan la cabeza, son tantos… siempre siento como si hubiera vivido
siglos. Mis amigos dicen que tengo que respirar, que voy demasiado rápido… pero
es que yo no sé ir a otra velocidad, por eso siempre chocaré, por eso los demás
despejan el camino para dejar que me mate sola y que no me los lleve a ellos
por delante; mi carruaje va solo, mal conducido, por un camino lleno de
obstáculos y bajo una tormenta cruel llena de truenos, antecedidos de unos
cuantos relámpagos y su engañosa sensación de luz, obvio moriré, y nadie estará
ahí para ayudarme. Y cuando encuentren mi cadáver ya estará descompuesto; a
muchos no les importará… tal vez algunos sientan un poco de dolor o de
remordimiento, ¿alguien rogará al cielo o al infierno que devuelva el tiempo
para acompañarme? Eso ya nunca lo sabré, eso ya nunca importará, eso ya de nada
servirá. Además eso, tampoco lo creo.