lunes, 28 de mayo de 2012

Una noche para morir

A Alejandra Pizarnik
Recuerdo una noche en especial en la que mientras me revolcaba entre mis sábanas y mis lágrimas, pedía prácticamente a gritos que alguien me llevara, que me dejaran morir; para esa noche ya había descubierto que no iba a ser capaz o que no quería suicidarme, no sé. Nadie me escuchó, esa noche nadie me llevó, esa noche fue eterna, tan eterna como muchas otras, de antes y después, las que pasaron, las que vinieron, las que aún pasan, las que no sé cuándo acabarán.

Anoche soñé mucho, de todo un poco, nada demasiado grave, tampoco demasiado feliz, un montón de sucesos para entretener mi psique dormida, ninguna señal, ninguna esperanza. Me desperté y quise seguir durmiendo, pero me di cuenta que era inútil, no es el día para visiones sobrenaturales, he estado demasiado materializada, tengo que transmutarme como antes.

No pensé encontrar a Alejandra, a alguien con un dolor tan permanente y tan profundo, me duele su dolor, me duele casi tanto como el mío, pero yo soy más fuerte, yo ya no me quiero morir, y creo que nunca he querido enloquecerme, de echo le tengo demasiado miedo a eso último, prefiero morir mil veces a enloquecer… más, me da miedo llegar al punto de no poder relacionarme con los demás, me alegra que mi locura aún no se me haya salido de las manos… creo, así quiero que sea siempre, hasta que me muera, hasta que alguien me mate.

Alimentar mi cerebro con un poco de lectura y escritura me da un poco de paz, hace que me olvide de que nadie me necesita, de que soy tan invisible para el mundo como Alejandra, siento como si nos acompañáramos, como si su dolor fuera un consuelo para el mío… estoy ignorando el mío por leer el suyo y así me siento bien, al menos estoy tranquila y asumo medianamente que mi teléfono no suena, que estoy tan sola como siempre he estado, y que no soy la única, que hay alguien que sufrió por lo mismo, a tal punto que se suicidó. Pero yo no me quiero suicidar, yo no quiero terminar como ella, ni como ella ni como Juan Antonio, no quiero terminar como Juan Antonio.

Aún espero como ella que la magia me visite, que el mundo más allá de este se manifieste de alguna manera, que me entretenga y me haga volar, que venga Juan Antonio, o que Gabriel o Francesca sean reales… aunque el día que eso pase es porque enloquecí. A veces tampoco sé lo que quiero, salir corriendo para tratar de olvidar o de ignorar que todo el mundo me dejó sola, que nadie se interesa en mí, que jamás nadie volverá a amarme, nadie me amará como Fernando, que nadie me verá hermosa recién levantada y sin maquillaje, que nadie me verá perfecta como él me veía, aunque quisiera matarme… debí haber dejado que lo hiciera, habría sido el asesino perfecto, el que espero ahora.

Los recuerdos me estallan la cabeza, son tantos… siempre siento como si hubiera vivido siglos. Mis amigos dicen que tengo que respirar, que voy demasiado rápido… pero es que yo no sé ir a otra velocidad, por eso siempre chocaré, por eso los demás despejan el camino para dejar que me mate sola y que no me los lleve a ellos por delante; mi carruaje va solo, mal conducido, por un camino lleno de obstáculos y bajo una tormenta cruel llena de truenos, antecedidos de unos cuantos relámpagos y su engañosa sensación de luz, obvio moriré, y nadie estará ahí para ayudarme. Y cuando encuentren mi cadáver ya estará descompuesto; a muchos no les importará… tal vez algunos sientan un poco de dolor o de remordimiento, ¿alguien rogará al cielo o al infierno que devuelva el tiempo para acompañarme? Eso ya nunca lo sabré, eso ya nunca importará, eso ya de nada servirá. Además eso, tampoco lo creo.

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