miércoles, 25 de julio de 2018

Intrascendencia


No sé en qué momento me inventé esta historia, no sé en qué momento me la creí, supongo que la necesitaba… necesitaba creer que podía volver a creer. -Cualquier opción puede ser valiosa si tiene objetos de inconmensurable valor, cualquier historia puede ser eterna si mezclas los elementos que consideras clave-.

El vacío se siente evidente, no se puede tapar el sol con un dedo, no puede borrarse el cariño del corazón sólo con argumentos y con pretensiones convenientes: es triste, duro, solo y doloroso, sin embargo podría ser peor, yo lo sé, sí que lo sé; es una sensación extraña, un tanto conocida, un tanto nueva, más allá de otras, más acá de muchas.
Sí soy capaz, sí he sido capaz, sí seré capaz, siempre seré capaz… sí soy yo, siempre seré yo, no existe nadie más, ni más allá, ni más acá. Aprendí que lo que marca, marca, aunque se pierda lo simbólico que haya sido valioso, aprendí que sólo yo aprendo, que sólo yo vivo.  Vi en mi cara la sangre, la humillación, la pérdida, el odio, la zozobra, la muerte; vi la vida y lo que se trata de comprender… lo imposible, lo intangible, lo que jamás nadie podrá apretar entre las manos, obvio nadie, lo que no existe e ilusamente se anhela.
Quisiera morir lo menos peor, quisiera hacer lo “más mejor”, quisiera aprender todo lo posible, quisiera trascender y dejar eso que va pesando y estanca en cualquier órbita, acá o allá…  Quisiera volar, dejar de ser para convertirme únicamente en universo.
Se partió mi vida en dos: un suicidio, la culminación de una etapa académica, la confrontación en mi inconsciente con el padre, el deseo físico sin límites, mi primer golpe, la oportunidad de llevar mi imaginación al límite, la apuesta por el todo, el ideal configurado: la admiración, la figuración: el narcisismo. Tomé el camino del poder, ser por tener, hacer por ser.


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