No sé en qué
momento me inventé esta historia, no sé en qué momento me la creí, supongo que
la necesitaba… necesitaba creer que podía volver a creer. -Cualquier opción
puede ser valiosa si tiene objetos de inconmensurable valor, cualquier historia
puede ser eterna si mezclas los elementos que consideras clave-.
El vacío se
siente evidente, no se puede tapar el sol con un dedo, no puede borrarse el
cariño del corazón sólo con argumentos y con pretensiones convenientes: es
triste, duro, solo y doloroso, sin embargo podría ser peor, yo lo sé, sí que lo
sé; es una sensación extraña, un tanto conocida, un tanto nueva, más allá de
otras, más acá de muchas.
Sí soy capaz,
sí he sido capaz, sí seré capaz, siempre seré capaz… sí soy yo, siempre seré
yo, no existe nadie más, ni más allá, ni más acá. Aprendí que lo que marca,
marca, aunque se pierda lo simbólico que haya sido valioso, aprendí que sólo yo
aprendo, que sólo yo vivo. Vi en mi cara
la sangre, la humillación, la pérdida, el odio, la zozobra, la muerte; vi la
vida y lo que se trata de comprender… lo imposible, lo intangible, lo que jamás
nadie podrá apretar entre las manos, obvio nadie, lo que no existe e ilusamente
se anhela.
Quisiera morir
lo menos peor, quisiera hacer lo “más mejor”, quisiera aprender todo lo
posible, quisiera trascender y dejar eso que va pesando y estanca en cualquier
órbita, acá o allá… Quisiera volar,
dejar de ser para convertirme únicamente en universo.
Se partió mi
vida en dos: un suicidio, la culminación de una etapa académica, la
confrontación en mi inconsciente con el padre, el deseo físico sin límites, mi
primer golpe, la oportunidad de llevar mi imaginación al límite, la apuesta por
el todo, el ideal configurado: la admiración, la figuración: el narcisismo.
Tomé el camino del poder, ser por tener, hacer por ser.
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