Qué buen
contexto! Relajada, sola… obvio, como siempre, sola. Esta vez no protestaré,
aprovecharé tener un espacio así para mí, fuera de mi habitación. Eso suena
interesante… ¿Qué voy a decir en este espacio? Nada nuevo, lo de siempre, lo de
nunca: que mi nada y yo estamos felíz y tristemente juntas, para bien o para
mal, juntas. No me incomoda nada, no me extraña nada, he estado tantas veces
así, he estado tantas veces aquí. No logro comprender mi estúpido y efímero
miedo, el miedo manifiesto de formas y en momentos tan inoportunos, mi miedo inexistente,
mi miedo tan rendidor, lastimosamente tan monótono. ¡Sí! ¡Que poco original!
Siempre tan predecible, tan poco interesante, que miedo tan aburrido.
Otra vez veo a
las parejas profesándose el hipócrita amor, la corta mentira, el dulce engaño
de toda la vida… de toda la muerte, la tontería que sostiene un mundo poco
entendible pero bastante aceptable, supremamente deseable, evidentemente
acabable. ¿Cuántos siglos pasaran para poderlo disfrutar? ¿Cuántos milenios
transcurrirán para poderlo repudiar? Asco, odio, envidia, deseo, inmunda gama
de sensaciones, ni siquiera de sentimientos.
Escribir me ha
calmado, debe ser porque me siento como en casa.
Esa frase me
gustó. ¿Por qué temerle a la gente y al mundo cuando yo soy superior a todo
eso, cuando soy la mejor?
Qué loco pasar
de la insignificancia y la paranoia al desmedido narcisismo, qué loco pasar de
la dolorosa y ansiosa soledad a la maravillosa y divertida megalomanía, del
sentimiento de soledad al de total compañía. Te odias lo suficiente para
temerte y rechazarte y te amas lo demasiado para aplaudirte y vanagloriarte de
ti misma, de lo que eres o de lo que podrías ser, o de lo que no eres o de lo
que no puedes ser, o de lo que vas o no a ser. En momentos así me siento
orgullosa de mí. Quiero saber de mí, no sé hasta dónde, no sé hasta cuándo, en
momentos como este quiero saber de mí, solo de mí, en momentos como este el
mundo me vale cero, así debería ser siempre.
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